A Candy colored clown

In Dreams - Roy OrbisonAcuff Rose and Opryland Music (BMI)Copyright 1963 Monument Record Corp. A candy colored clown they call the sandman/Tiptoes to my room everynight/Just to sprinkle stardust and to whisper/Go to sleep, everything is alright/I close my eyes then I drift away/Into the magic night I softly say/A silent prayer like dreamers do/Then I fall asleep to dream/My dreams of you/ In dreams I walk with you/In dreams I talk with you/In dreams you're mine/All of the time with you/Ever in dreams, in dreams/ But just before the dawn/I awake and find you're gone/I can't help it, I can't help it if I cry/I remember that you said goodbye/It's too bad that all these things/Can only happen in my dreams/Only in dreams/In beautiful dreams.

sábado, 24 de mayo de 2008

'It's better than safe. It's death proof'


Exhibida con unas pocas copias en el D.F., partida en dos, y luego de más de un año de espera, llega la primera parte del díptico Grindhouse, A prueba de muerte, (Death Proof, 2007). Dirigida por Quentin Tarantino, la cinta homenajea a aquellas otras que se producían en la década de los setenta con un presupuesto paupérrimo, por decir lo menos, y cuyas tramas, actuaciones y efectos especiales rayaban en el absurdo; aunque, sin duda, cumplían con su función de entretener, con sexo, violencia y toda clase de excesos, a un público ávido de asistir a los autocinemas de los E.U.A.

Se apagan las luces y aparece la advertencia que señala los errores del filme -primordialmente los de audio e imagen- como intencionales, únicamente refiriéndose a la recreación de la época mencionada líneas arriba mas no a todo el contexto -al menos aquí en México- . Así inicia el viaje.

Luego, lo que uno ve en pantalla es por demás reconocible y apabullante. Primero, la situación típica en la que un grupo de atractivas jóvenes se dirigen hacia un lugar de descanso -en el camino, habrá tipos calenturientos, flirteo, alcohol, cigarros, mota y momentos chuscos-. Segundo, un tipo raro (aunque para quien subtituló "funny" significa más bien "divertido"), llamado Stuntman Mike, un presunto doble de riesgo (stuntman), acecha a sus presas. Tercero, hay muerte y sangre. Finalmente, una confrontación definitiva, y el círculo se cierra.

Tarantino es, desde luego, un cineasta hecho y derecho. Sin embargo, me sigue pareciendo autocomplaciente. Sé que David Lynch también lo es, pero tanto su uso de lo abstracto, así como sus temáticas me han llevado a pasar por alto su fetichismo, o bien, regocijarme con el mismo. Además, creo que el también director de Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994) ha flaqueado en sus últimas películas, cuando se trata de imprimir cambios de ritmo. Ya había yo apreciado, en Kill Bill vol. 1 (2003), un declive en la secuencia donde The Bride (la guapísima Uma Thurman) cercena a los vándalos caracterizados como Kato. Sinceramente daba igual que, al irse del color al blanco y negro, se cargara a otros cien o doscientos -muy al estilo Matrix: (sobre)recargado (2003), donde la animación CGI de Neo despacha a chingocientos Agentes Smith.

Por estás razones, la primera mitad camina de poca madre. Tarantino ha sabido cómo poner ingeniosos diálogos en boca de personajes grandilocuentes que, al mismo tiempo, encarnan el verosímil de la posmodernidad (¿?). Es decir, las chicas frívolas de Death Proof se rigen por un código ético y moral que va más allá de ir a buscar el revolcón con algún güey y después rasgarse las vestiduras por ello. Al igual que sus gángsters y mercenarios-samurái, las chicas tarantinescas se forman una identidad externa a los esteréotipos; pese a que ellas deambulen por el territorio de los clichés -la diva de la radio local tejana, la stuntwoman que busca vivir una experiencia de película, etc.-.

Lo anterior se desarrolla en medio de una narración esquizofrénica y, como lo dije, producto de la autocomplacencia, misma que, años atrás, llevó al realizador a extender a dos partes las andanzas de Beatrix Kido, en la cacería y ejecución de sus mortíferos enemigos, antes compañeros de equipo, en la saga Kill Bill. Autocomplacencia que, además, lo lleva citarse a sí mismo: el ring tone del famoso silbidito en el celular de Abby (Rosario Dawson), en Death Proof. Por consiguiente, se le hizo fácil truquear la estética visual de este último filme, y trasladarnos a una segunda mitad con menos errores de continuidad deliberados -Stuntman Mike toma fotos cuando el lente la cámara está tapado-. O bien, metaficcionaliza para conseguir un efecto contrario -una stuntwoman se actúa así misma y nos da referencias sobre las grandes persecuciones automovilísticas en la historia del cine de la serie B estadounidense-.

Así, con todo y sus altibajos, bien vale la pena ir a la sala oscura y disfrutar de hora y media de pasajes cargados de humor negro -nunca volveré a escuchar igual la rola "Hold Tight" de la agrupación británica Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich-; chicas guapas en peligro -pidéndolo a gritos-; un psicópata fracasado -loser, vaya-; un sheriff desenfadado -Michael Parks, tan genial como su personaje de Jean Renault en el serial televisivo lynchiano Twin Peaks (1990-1991)-; y mucho más. Pues, definitivamente, el fuerte del buen Quentin no es la cohesión de sus argumentos -a veces da la impresión de justificarse so pretexto de imitar un churro-, lo suyo, lo suyo, es hacer cine a prueba de muerte.

Pese a las críticas negativas, Death Proof, sin duda, ocupa ya un sitio en el pódium de los filmes clásicos posmodernos de comienzos de siglo. ¿Quién soy yo para señalar algo así? No lo sé. Ahora, resta esperar a ver Planeta Terror (Planet Terror, 2007), segunda parte de Grindhouse, donde Robert Rodríguez expone su versión cinemática sobre una plaga de zombis canibales, confrontados por un chicano, como dirían por ahí, "que es bien cabrón", y una striper artillera y, claro, sexy (O yeah!).

viernes, 16 de mayo de 2008

El arte por el arte


Luego del agridulce sabor de boca que me había dejado Gus Van Sant, con Elefante (Elephant, 2003), debo decir que me ha vuelto a atraer su propuesta cinematográfica. Esta ocasión, la cinta responsable se titula Paranoid Park, que, gracias a Dios, no la bautizaron en México como El secreto del parque de patinetos parias (además, la Toña, mi maestra de traducción, los cagaría por las cacofónicas "p's") y conservaron, muy acertadamente, el nombre original.


De nueva cuenta, el realizador estadounidense elige distanciarse de las convenciones narrativas tradicionales, lo cual le viene muy bien a la historia. Es decir, no utiliza el recurso del flashback o el flashforward sólo para mostrarnos cómo ha mejorado su técnica -y de hecho se nota que, efectivamente, así es-; por el contrario, si la trama de algún filme debía de tejerse cómo lo hizo el cineasta, ésa es la de Paranoid Park, basada en una novela de Blake Nelson, la cual no conozco y no sé cómo esté contada -si de atrás pa delante, de enmedio hacia los lados, etc.



Así pues, lo único que uno sabe de entrada es que un guardia de seguridad murió de una forma por demás espantosa, en una vía del tren muy cercana al parque clandestino de skateboarders rudos y talentosos, llamado como la película y, desde luego, el libro. Asimismo, sabemos que el protagonista, involucrado en el trágico suceso, lleva por nombre Alex, adolescente cuyos padres enfrentan un difícil proceso de divorcio, que lo afecta gravemente a él, pero más a su hermano menor. De hecho, Alex es sospechoso, él estuvo en Paranoid Park y sabe lo que realmente ocurrió, aunque esto nos lo dice su narración en off: sus palabras escritas en una suerte de diario que, para ser más precisos, deberíamos llamarlo, confesionario.


En el trayecto, uno llega a conocer, asimismo, a Jared, el valedor de Alex; a Jennifer, la novia frivola y mamona del protgagónico; así como a un mosaico de personajes pintorescos, sin rayar en lo paródico. Por ejemplo, el detective Richard Lu, el representante de la ley, quien reacciona como 'un policía debe ser' -parafraseando a uno de los chicos de la prepa de Alex-; o Mavy, la amiga buena onda, de esas que siempre te escuchan -y neto sí existen-. De nueva cuenta, Van Sant opta por trabajar con actores no profesionales, y aquí le salió bien. No obstante, la interpretación de la teenager en el papel de la ya mencionada Jennifer siempre está en la tablita de restarle verosimilitud por su pose sumamente estereotipada (los fans del también director de Drugstore Cowboy, 2007, dirían: "es que está justificado"; tal vez me calle y les de el avión-jajaja-).


Además, hubo momentos en los que la cámara lenta estuvo a punto de sacarme de quicio; pero, no fue así. Tomando en cuenta que, si bien el espectador no está completamente dentro de la psique de Alex, dicho recurso sí subraya su estado emocional. Entre el cómo le haré; o bien, el qué chingados hice. Entonces, el encuentro de Alex con un valemadres que lo invita a treparse de al tren y a echar unas chelas, se convierte en pieza fundamental del rompecabezas cinemático.


Sin duda, con Paranoid Park, el polémico realizador no pecó de pretencioso. Recuerdo que, acerca de Elefante, un periodísta mexicano lo defendía so pretexto de que al no explicar porqué pasan las cosas, sino que al mostrar que simplemente pasan, Van Sant molestaba a las audiencias más conservadoras (éstas no son sus palabras precisas, pero sí la idea). A título personal, no creo ser un cerrado -ni haberlo sido encuando la ví en 2004-; sin embargo, esperaba un mayor desarrollo de personajes (sí, ya sé, no eran actores profesionales, bla, bla...); o, al menos, un planteamiento más arriesgado sobre porqué un par de estudiantes compra armas de fuego, asesina a sus compañeros y luego se suicidan.


Lo que sí sé es que, para mostrar lo que pasa, la mejor opción es tomar la Handycam y no editar ni posproducir de alguna otra forma. Si quiero acercarme al hecho y profundizar en los detalles, a fin de informar, hago un reportaje. Y, si deseo utilizar el cine para politizar -lo cual no tiene nada de malo- o explorar otras cuestiones que giran alrededor del clima de violencia al interior de la cultura gringa, la opción yace en la producción de un documental, como el excelente Masacre en Columbine (Bowling for Columbine, 2004), del también polémico, antiBush y lo que se le parezca, Michael Moore. Considero que, si se crea una ficción, es porque la realidad, o lo más cercano a ésta, no me dice gran cosa o no me permite reflexionar a otro nivel. Por esta razón, el arte seguirá siendo arte; y, en el caso particular del cine o el drama, una mera imitación de la realidad no un reflejo o copia de las misma.