A Candy colored clown

In Dreams - Roy OrbisonAcuff Rose and Opryland Music (BMI)Copyright 1963 Monument Record Corp. A candy colored clown they call the sandman/Tiptoes to my room everynight/Just to sprinkle stardust and to whisper/Go to sleep, everything is alright/I close my eyes then I drift away/Into the magic night I softly say/A silent prayer like dreamers do/Then I fall asleep to dream/My dreams of you/ In dreams I walk with you/In dreams I talk with you/In dreams you're mine/All of the time with you/Ever in dreams, in dreams/ But just before the dawn/I awake and find you're gone/I can't help it, I can't help it if I cry/I remember that you said goodbye/It's too bad that all these things/Can only happen in my dreams/Only in dreams/In beautiful dreams.

miércoles, 8 de abril de 2009

Cambio

Dicen que las opciones son o renovarse o morir. Y como no quiero morir, me voy a http://akareplicant79.wordpress.com/

domingo, 20 de julio de 2008

El caballero oscuro, 'brand-new hero'


Ora sí que, como dijeron alguna vez, me quedé en "choc" (jajaja). Y es que Batman: el caballero de la noche, secuela del filme Batman inicia, el cual narra el ascenso del popular héroe, renacido -mas no recargado o revolucionado, como algún fiasco de hace unos años- luego del declive que tuvo la franquicia comandada por Tim Burton y entregada, para mal, a Joel Schumacher -y eso que éste no es un mal cineasta, pero uno nunca sabe-. That's just the way it is.

Así pues, el británico Christopher Nolan retoma las riendas del proyecto, al lado de sus coterráneos: Christian Bale, Gary Oldman y Sir Michael Caine. Asimismo, junto al veterano Morgan Freeman, se añade la presencia de Heath Ledger, magnífico e irreconocible; Maggie Gyllenhall, mejor actriz que Katie Holmes; Aaron Eckhart, consolidado; y el experimentado Eric Roberts, entre otros.

Tomando en cuenta este cast, uno se pregunta: ¿Qué podría salir mal? Al menos, para mí, nada, todavía. ¿Por qué? La cinta es genial. Nolan se ha apropiado del hombre murcielago. Es tan suyo que, casi casi, subsiste por sí sólo, en cuanto a la presente versión cinematográfica -y su antecesora- se refiere. En otras palabras, uno prácticamente se olvida de que el superhéroe de Ciudad Gótica ha surgido de las páginas de un legendario cómic. No obstante, por lo poco que sé, el espíritu de la saga escrita por Frank Miller en los ochenta, ahí está.

Por consiguiente, el crimen organizado coludido con las fuerzas de la ley da como resultado un ambiente similar a Sin City, úna de las obras más significativas de Miller. Ya desde Batman inicia se logró apreciar cuál era el enemigo a vencer. Más allá de tratarse de uno o más personajes, entiéndase villanos, Batman debía unir fuerzas con el entonces detective Gordon y la fiscalía, representada por Rachel Dawes, cuya presencia, en mi opinión, parecía corresponder a criterios meramente económicos (imagino a los productores: "¿y dónde está la chica sexy?").

Ahora bien, en The Dark Knight, título original de la peli, el aliado queda encarnado en la figura de Harvey Dent, fiscal de distrito emergido, igualmente, de las páginas de Batman, en sus distintas vertientes, en las que se le conoce como Two-Face (ya interpretado por Tommy Lee Jones en Batman eternamente). Aquí, la relevancia del personaje va más allá de simplemente incluir un villano en la lista -vicio propio de las adaptaciones de cómics al celuloide-; por el contrario, Dent se erige como una pieza esencial en la maquinaria cinemática y, desde luego, argumental, planteada por Nolan. ¿Cuál Nolan?
Lo anterior porque, en esta ocasión, no nada más interviene Christopher, pues el director de la aclamada -y bastante chingona- Amnesia participó, de nueva cuenta, con el guionista de esta indie: su hermano Johnathan. Ambos adaptaron una historia de el buen Chris y David S. Goyer, coautor de la primera entrega, quien se prepara su tercer largo: Thor (sí, el dios del trueno, versión Marvel).

Ufff....

Cabe señalar que, con el (super)héroe que han (re)creado -un caballero oscuro, eso de "...la noche" le queda muy corto-, los Nolan & Co. alcanzan niveles 'míticos' -neto-. Sólo que, si los viera, no sabría si rendirles tributo o ahorcarlos... (Chale). Luego de lo que ví, pienso que se han metido en camisa de once varas. La continuación promete ser excelente, aunque asimismo corre el riesgo de no llenar las expectativas, sumamente altas, de un servidor. Por el momento, no veo razón para ahorcarles. Confío en que no decepcionen al público y sigan con este enfoque tan personal e intimista, lejos de las complacencias, el pan de cada día en un Hollywood sin imaginación, sin auténticos héroes.

lunes, 14 de julio de 2008

¡Bravo, paisano! II


En definitiva, me sumo a quienes aplauden el trabajo de nuestro paisano. De hecho, antes de escribir, hace una o dos semanas leí aquello de que él era uno de los mejores realizadores de cine fantástico (excepto que, honestamente, no los imito; pues ora sí que me nace del corazón). ¡Qué le va a criticar un imberbe como yo! Lo que no me agrada no ha de ser negativo; además que pinche ocio eso de andarse fijando sólo en los defectos de una cinta, o a querer buscarles los negritos en el arroz.


Del Toro sabe contar una historia gracias a que conoce la técnica, misma que no lo es todo -dicen por ahí- , pero, sobre todo, debido a que ha demostrado ser un artista que cree en lo que hace. Es decir, de qué le serviría todo su capital cultural -que dicen es muy vasto-, si a sus filmes les faltara ese toque... ¿autoral? Y no sólo se trata de la historia en sí, sino también de la forma, la cual nunca subordina los elementos narrativos, por el contrario, se integra a estos. Algunos otros recurren a la faramalla de los efectos visuales, las persecucione y demás artilugios, con el fin de parchar sus carencias.


El director de El laberinto del fauno, por su parte, explota el género de aventuras, con acción trepidante, personajes con dilemas existenciales, identificación con los expectadores, etc., sin perder la brújula. Es capaz de referenciar al cine, a la literatura, la música y hasta a sí mismo, sin caer en la pedantería. En Hellboy 2, las citas de sus otras obras parecen encajar cual elemento orgánico que, intencionalmente o no, ha dado forma a su peculiar sello.


Así pues, el elegido para dar continuidad cinemática al universo de J.R.R. Tolkien, en la cinta el Hobbit, me queda a deber una sola cosa: una buena película mexicana de horror y... tá cabrón. El espinazo del Diablo fue originalmente concebida para ubicarse durante la Revolución, pero algunos pseudovisionarios -productores estatales y privados- no le dieron el apoyo. Asimismo, debido a causas que rebasan el cine, el realizador ha postergado indefinidamente la oportunidad de filmar en México. Anything else? Con la precuela de El Señor de los anillos -dividida en dos pelis- va a llevarse unos 3 años; y, desde hace tiempo trae en mente adaptar En las montañas de la locura, de H.P. Lovecraft (aunque está complicado que lo financien, dijo alguna vez).


Por lo que, para ver una historia más próxima a nuestra a cultura e indiosincracia (sea cual sea ésta), va a tardar. Mientras tanto, enhorabuena, paisano. Tu trabajo nos hace creer. No que "sí se puede" (tan choteado, en mal pedo), ya que se antoja difícil que todos los fans del horror la armemos en grande. Nos haces creer que existen trabajos que, tarde o temprano, rinden frutos, y que los artistas no sólo nacen, pues también se hacen.


Nota: los de la clase de traducción perdonen mis aliteraciones fortuitas e intencionales, así como mi sintaxis confusa (jajaja).

sábado, 12 de julio de 2008

!Bravo, paisano! I

Con Hellboy 2: el ejército dorado, Gillermo del Toro se consolida, en definitiva, como un chingón -así sin más-. Y es que, digan lo que digan, más que ser un mexicano en Hollywood, el tapatio se ha convertido en uno de los mejores cineastas del género fantástico a nivel mundial. Que no lo reclamen los altos funcinarios de la industria cinematográfica mexicana y conexas (incluyendo politiquillos y pseudointelectuales) como "uno de los nuestros", pues, en este rubro, casi casi él es, lo que llaman, un self-made man.

Me pregunto, a veces, si no somos muy complacientes con lo que Del Toro realiza, es decir, ¿Lo juzgamos -condescendientemente- más por haber sobresalido fuera de las fronteras de México que por su cine? En lo personal, Blade II me gustó más la segunda vez que la vi, pero, eso sí, no me sorprendió tanto como su antecesora. Tal vez esperaba algo mucho más cabrón -que en términos de acción sin duda ocurre- con respecto al argumento; algo tan revelador como lo fue la primera entrega de la trilogía. No ocurrió así y, sin embargo, dejó un buen sabor de boca (¿sería por la sangre?). Al fin y al cabo, tan sólo se trató, como él mismo ha referido en un varias ocasiones, de un encargo.

Luego, Hellboy, me pareció bastante pasable, sin colocarlo en el pódium, como sí lo hicieron muchos medios nacionales. Ahora bien, recientemente, el también artífice de La invención de Cronos ha admitido haber cometido uno que otro traspié debido a su entusiasmo y novatez en lo concerniente a la adaptación/traslación a la pantalla grande de un personaje surgido de las páginas de un cómic, así como otros detalles por el estilo.

Mientras que en la primera parte conocimos a los protagonistas del universo de Hellboy -incluyéndolo a él-, en la secuela, estamos más que compenetrados en el papel de nuestro héroe. Así resumiría el debut: buenos actores, personajes interesantes, una historia bien contada; aunque... la neta no me convertí en su fan. Hubo autocomplacencia, como lo hay en la cotinuación, seguro. Todos los autores la profesan; esto es, hasta cierto punto, su derecho, ¿no? El rollo que intrigaba tiene que ver, a fin de cuentas, con este fervor que los paisanos profesamos hacia los coterráneos que producen filmes en las grandes ligas (Iñárritu, Cuarón, Arriaga, etc.) sin cuestionarlos, sin una auténtica crítica de por medio.

sábado, 24 de mayo de 2008

'It's better than safe. It's death proof'


Exhibida con unas pocas copias en el D.F., partida en dos, y luego de más de un año de espera, llega la primera parte del díptico Grindhouse, A prueba de muerte, (Death Proof, 2007). Dirigida por Quentin Tarantino, la cinta homenajea a aquellas otras que se producían en la década de los setenta con un presupuesto paupérrimo, por decir lo menos, y cuyas tramas, actuaciones y efectos especiales rayaban en el absurdo; aunque, sin duda, cumplían con su función de entretener, con sexo, violencia y toda clase de excesos, a un público ávido de asistir a los autocinemas de los E.U.A.

Se apagan las luces y aparece la advertencia que señala los errores del filme -primordialmente los de audio e imagen- como intencionales, únicamente refiriéndose a la recreación de la época mencionada líneas arriba mas no a todo el contexto -al menos aquí en México- . Así inicia el viaje.

Luego, lo que uno ve en pantalla es por demás reconocible y apabullante. Primero, la situación típica en la que un grupo de atractivas jóvenes se dirigen hacia un lugar de descanso -en el camino, habrá tipos calenturientos, flirteo, alcohol, cigarros, mota y momentos chuscos-. Segundo, un tipo raro (aunque para quien subtituló "funny" significa más bien "divertido"), llamado Stuntman Mike, un presunto doble de riesgo (stuntman), acecha a sus presas. Tercero, hay muerte y sangre. Finalmente, una confrontación definitiva, y el círculo se cierra.

Tarantino es, desde luego, un cineasta hecho y derecho. Sin embargo, me sigue pareciendo autocomplaciente. Sé que David Lynch también lo es, pero tanto su uso de lo abstracto, así como sus temáticas me han llevado a pasar por alto su fetichismo, o bien, regocijarme con el mismo. Además, creo que el también director de Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994) ha flaqueado en sus últimas películas, cuando se trata de imprimir cambios de ritmo. Ya había yo apreciado, en Kill Bill vol. 1 (2003), un declive en la secuencia donde The Bride (la guapísima Uma Thurman) cercena a los vándalos caracterizados como Kato. Sinceramente daba igual que, al irse del color al blanco y negro, se cargara a otros cien o doscientos -muy al estilo Matrix: (sobre)recargado (2003), donde la animación CGI de Neo despacha a chingocientos Agentes Smith.

Por estás razones, la primera mitad camina de poca madre. Tarantino ha sabido cómo poner ingeniosos diálogos en boca de personajes grandilocuentes que, al mismo tiempo, encarnan el verosímil de la posmodernidad (¿?). Es decir, las chicas frívolas de Death Proof se rigen por un código ético y moral que va más allá de ir a buscar el revolcón con algún güey y después rasgarse las vestiduras por ello. Al igual que sus gángsters y mercenarios-samurái, las chicas tarantinescas se forman una identidad externa a los esteréotipos; pese a que ellas deambulen por el territorio de los clichés -la diva de la radio local tejana, la stuntwoman que busca vivir una experiencia de película, etc.-.

Lo anterior se desarrolla en medio de una narración esquizofrénica y, como lo dije, producto de la autocomplacencia, misma que, años atrás, llevó al realizador a extender a dos partes las andanzas de Beatrix Kido, en la cacería y ejecución de sus mortíferos enemigos, antes compañeros de equipo, en la saga Kill Bill. Autocomplacencia que, además, lo lleva citarse a sí mismo: el ring tone del famoso silbidito en el celular de Abby (Rosario Dawson), en Death Proof. Por consiguiente, se le hizo fácil truquear la estética visual de este último filme, y trasladarnos a una segunda mitad con menos errores de continuidad deliberados -Stuntman Mike toma fotos cuando el lente la cámara está tapado-. O bien, metaficcionaliza para conseguir un efecto contrario -una stuntwoman se actúa así misma y nos da referencias sobre las grandes persecuciones automovilísticas en la historia del cine de la serie B estadounidense-.

Así, con todo y sus altibajos, bien vale la pena ir a la sala oscura y disfrutar de hora y media de pasajes cargados de humor negro -nunca volveré a escuchar igual la rola "Hold Tight" de la agrupación británica Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich-; chicas guapas en peligro -pidéndolo a gritos-; un psicópata fracasado -loser, vaya-; un sheriff desenfadado -Michael Parks, tan genial como su personaje de Jean Renault en el serial televisivo lynchiano Twin Peaks (1990-1991)-; y mucho más. Pues, definitivamente, el fuerte del buen Quentin no es la cohesión de sus argumentos -a veces da la impresión de justificarse so pretexto de imitar un churro-, lo suyo, lo suyo, es hacer cine a prueba de muerte.

Pese a las críticas negativas, Death Proof, sin duda, ocupa ya un sitio en el pódium de los filmes clásicos posmodernos de comienzos de siglo. ¿Quién soy yo para señalar algo así? No lo sé. Ahora, resta esperar a ver Planeta Terror (Planet Terror, 2007), segunda parte de Grindhouse, donde Robert Rodríguez expone su versión cinemática sobre una plaga de zombis canibales, confrontados por un chicano, como dirían por ahí, "que es bien cabrón", y una striper artillera y, claro, sexy (O yeah!).

viernes, 16 de mayo de 2008

El arte por el arte


Luego del agridulce sabor de boca que me había dejado Gus Van Sant, con Elefante (Elephant, 2003), debo decir que me ha vuelto a atraer su propuesta cinematográfica. Esta ocasión, la cinta responsable se titula Paranoid Park, que, gracias a Dios, no la bautizaron en México como El secreto del parque de patinetos parias (además, la Toña, mi maestra de traducción, los cagaría por las cacofónicas "p's") y conservaron, muy acertadamente, el nombre original.


De nueva cuenta, el realizador estadounidense elige distanciarse de las convenciones narrativas tradicionales, lo cual le viene muy bien a la historia. Es decir, no utiliza el recurso del flashback o el flashforward sólo para mostrarnos cómo ha mejorado su técnica -y de hecho se nota que, efectivamente, así es-; por el contrario, si la trama de algún filme debía de tejerse cómo lo hizo el cineasta, ésa es la de Paranoid Park, basada en una novela de Blake Nelson, la cual no conozco y no sé cómo esté contada -si de atrás pa delante, de enmedio hacia los lados, etc.



Así pues, lo único que uno sabe de entrada es que un guardia de seguridad murió de una forma por demás espantosa, en una vía del tren muy cercana al parque clandestino de skateboarders rudos y talentosos, llamado como la película y, desde luego, el libro. Asimismo, sabemos que el protagonista, involucrado en el trágico suceso, lleva por nombre Alex, adolescente cuyos padres enfrentan un difícil proceso de divorcio, que lo afecta gravemente a él, pero más a su hermano menor. De hecho, Alex es sospechoso, él estuvo en Paranoid Park y sabe lo que realmente ocurrió, aunque esto nos lo dice su narración en off: sus palabras escritas en una suerte de diario que, para ser más precisos, deberíamos llamarlo, confesionario.


En el trayecto, uno llega a conocer, asimismo, a Jared, el valedor de Alex; a Jennifer, la novia frivola y mamona del protgagónico; así como a un mosaico de personajes pintorescos, sin rayar en lo paródico. Por ejemplo, el detective Richard Lu, el representante de la ley, quien reacciona como 'un policía debe ser' -parafraseando a uno de los chicos de la prepa de Alex-; o Mavy, la amiga buena onda, de esas que siempre te escuchan -y neto sí existen-. De nueva cuenta, Van Sant opta por trabajar con actores no profesionales, y aquí le salió bien. No obstante, la interpretación de la teenager en el papel de la ya mencionada Jennifer siempre está en la tablita de restarle verosimilitud por su pose sumamente estereotipada (los fans del también director de Drugstore Cowboy, 2007, dirían: "es que está justificado"; tal vez me calle y les de el avión-jajaja-).


Además, hubo momentos en los que la cámara lenta estuvo a punto de sacarme de quicio; pero, no fue así. Tomando en cuenta que, si bien el espectador no está completamente dentro de la psique de Alex, dicho recurso sí subraya su estado emocional. Entre el cómo le haré; o bien, el qué chingados hice. Entonces, el encuentro de Alex con un valemadres que lo invita a treparse de al tren y a echar unas chelas, se convierte en pieza fundamental del rompecabezas cinemático.


Sin duda, con Paranoid Park, el polémico realizador no pecó de pretencioso. Recuerdo que, acerca de Elefante, un periodísta mexicano lo defendía so pretexto de que al no explicar porqué pasan las cosas, sino que al mostrar que simplemente pasan, Van Sant molestaba a las audiencias más conservadoras (éstas no son sus palabras precisas, pero sí la idea). A título personal, no creo ser un cerrado -ni haberlo sido encuando la ví en 2004-; sin embargo, esperaba un mayor desarrollo de personajes (sí, ya sé, no eran actores profesionales, bla, bla...); o, al menos, un planteamiento más arriesgado sobre porqué un par de estudiantes compra armas de fuego, asesina a sus compañeros y luego se suicidan.


Lo que sí sé es que, para mostrar lo que pasa, la mejor opción es tomar la Handycam y no editar ni posproducir de alguna otra forma. Si quiero acercarme al hecho y profundizar en los detalles, a fin de informar, hago un reportaje. Y, si deseo utilizar el cine para politizar -lo cual no tiene nada de malo- o explorar otras cuestiones que giran alrededor del clima de violencia al interior de la cultura gringa, la opción yace en la producción de un documental, como el excelente Masacre en Columbine (Bowling for Columbine, 2004), del también polémico, antiBush y lo que se le parezca, Michael Moore. Considero que, si se crea una ficción, es porque la realidad, o lo más cercano a ésta, no me dice gran cosa o no me permite reflexionar a otro nivel. Por esta razón, el arte seguirá siendo arte; y, en el caso particular del cine o el drama, una mera imitación de la realidad no un reflejo o copia de las misma.

jueves, 13 de marzo de 2008

Ésta sí promete y cumple


Si bien no podría considerarse la mejor película de David Cronenberg, a quien había calificado de auteur -hace unos ocho meses en este espacio-, Promesas peligrosas (Eastern Promises, 2007) ocupará, indiscutiblemente, un lugar privilegiado dentro de la filmografía del realizador canadiense. De hecho me resultaría bastante díficil señalar cuál es su mejor cinta. ¿Bajo qué criterio podría hacerlo? Dado que en cada una de sus incursiones nos deja el sabor de haber visto algo "extraño", freaky. Esta ocasión, pese a lo engañosamente convencional del argumento, no es la excepción, pues el también director de La mosca (The Fly, 1986) ha coseguido sorprender con una historia de la condición humana, en la que los mostruos no se ven como mutantes, sino como personas de carne y hueso.

Además, pareciera como si el papel de los marginados seres telepáticos de Scanners (1980), ahora lo tomaran los inmigrantes de Europa del este, quienes habitan el otro Londres, oculto bajo la flema británica (en sentido literal y figurado). Esto, gracias a el guión original de Steven Knight, quien también escribió la polémica Dirty Pretty Things (Stephen Frears, 2002), donde el asunto era el tráfico de órganos extraidos a los trabajadores ilegales de la capital inglesa. Aquí, Knight se fue hasta la raíz, por así decirlo, la mafia rusa y la importación de esclavas sexuales -entre otras actividades ilícitas-.


Dentro de tal contexto, Anna (la guapísima Naomi Watts), una partera de ascendencia soviética, se topa con la gente equivocada, incluyendo al maniáco hijo de un alto jefe criminal, Kiril (Vincent Cassel, extraordinario), y a Nikolai (Vigo Mortensen, sumamente versátil), su chofer asimismo 'enterrador' en horas extras. ¿Qué se puede esperar de dicho cruce de caminos? Una historia violenta, sí; mas no como el filme homónimo (A History of Violence, 2005), con el que Cronenberg fue inflado por algunos críticos del séptimo arte. No, aunque reaparezca el mismo actor protagónico y el ambiente hóstil guarde claras reminiscencias.


Así, lejos del melodrama "de a tres pesos hollywodenses", el aclamado cineasta nos transporta, valiéndose de su peculiar estilo, crudo y directo, a un lugar que yace bajo la superficie cosmopolita y al que se nos dificulta llegar, sin importar cuánto excavemos. Por lo que, ante la imposiblidad de develar totalmente las motivaciones y acciones de los personajes cuya calidad intrínseca los hace más que interesantes, el espectador no tiene otra opción salvo la de maravillarse y convencerse de que nuestros valores como seres humanos pueden emerger aun en medio de la tempestad.